Ethereum: la tecnología de coordinación definitiva

Cryptodiario
14 min readJan 14, 2021

De Zona Temporalmente Autónoma a Jurisdicción Digital Soberana

Libertalia

Introducción

A lo largo de la historia, los seres humanos han usado múltiples tecnologías de coordinación para organizarse en comunidad y lograr sus fines. Estas tecnologías de coordinación pueden ser instrumentos físicos y técnicas, pero también constructos imaginarios basados en creencias compartidas -como es el caso de la religión, los sistemas legales/políticos y el dinero.

La tecnología blockchain vendría a ser el último eslabón dentro de la cadena histórica de innovaciones que han determinado la manera en que las sociedades humanas se coordinan y organizan. Sin embargo, sus peculiares características -su inherente neutralidad, resistencia a la censura y descentralización-, la convierten en una tecnología de coordinación que no adolece de los vicios de sus antecesoras -captura por parte de grupos privilegiados, deficiente alineación de incentivos.

Bitcoin y Ethereum son con mucha diferencia las dos redes blockchain públicas con más actividad on-chain y que mayor impacto económico han generado como tecnologías de coordinación. Ambas comparten ciertos fundamentos teóricos, valores y, sobre todo, algunos objetivos -como el de situar sus monedas nativas como destacados depósitos de valor y potenciales reservas monetarias mundiales. Pero en lo que difieren completamente, es en la manera de alcanzarlos.

En este ensayo me propongo explicar por qué creo que la estrategia de Ethereum -actuar como un Zona Temporal Autónoma y crecer económicamente hasta convertirse en una jurisdicción digital soberana- es superior, más sostenible y potencialmente más exitosa, que la de Bitcoin -competir de frente con otras instituciones/tecnologías de coordinación del mundo real, en un terreno en el que éstas son las que establecen las normas.

Pero antes de detallar en qué consiste la estrategia de Ethereum para alcanzar sus objetivos, debemos entender por qué los depósitos de valor han sido importantes para los hombres a lo largo de la historia como tecnologías de coordinación.

El ser humano, un animal social

El destino del hombre está indisociablemente vinculado a la vida en comunidad. Indefenso al nacer, el ser humano es criado por su unidad familiar. Posteriormente, es educado en grupo, en centros públicos y privados en los que compartirá proceso de escolarización y endoculturación con compañeros de su misma edad. La esfera laboral no es más que una extensión de este proceso, ya que hasta la más individualista de las profesiones requiere de algún grado de interacción social -pensemos en un solitario artesano que decide comercializar sus creaciones por Amazon y no tener tienda abierta al público, incluso en este caso, deberá tratar con un mensajero, y probablemente, disponer de un contable que se ocupe de los temidos impuestos.

Siempre ha sido así. Uno puede pensar que es todo cosa de la revolución neolítica que trajo consigo el descubrimiento de la agricultura, el abandono de un modo de vida nómada, el asentamiento en núcleos estables y, con el tiempo, la especialización y división del trabajo -en un proceso que se iniciaría hace unos 12.000 años. Pero ya mucho antes el hombre era un animal social que vivía en tribus organizadas e itinerantes -aunque con jerarquías mucho menos sofisticadas y un reparto de las labores más rudimentaria.

Así que como vemos, lo de vivir en comunidad y coordinarnos, es algo que llevamos dentro. Es parte de nuestro ADN.

Tecnologías de coordinación humana

Esa pulsión innata del ser humano de vivir en sociedad, sería satisfecha a lo largo de la historia mediante distintos tipos de tecnologías de coordinación.

Como hemos explicado en la introducción, no nos referimos exclusivamente a herramientas físicas y técnicas, sino también a “instituciones” -constructos imaginarios, realidades no empíricas- que son fruto de la capacidad de los seres humanos de crear relatos para coordinarse de una forma flexible y a gran escala -tal como explica Yuval Harari en su obra Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad.

Ejemplos primerizos de “instituciones” entendidas como tecnologías de coordinación son la religión, los sistemas políticos/legales y el dinero -elemento que idealmente debería ser una buena reserva de valor, y que en relación con la tesis de este artículo, trataremos como tal.

Estas tecnologías de coordinación llevarían al hombre a formas de organización cada vez más complejas y sofisticadas, y actuarían como catalizadoras de nuevos sistemas organización. Los cuales, tarde o temprano, empiezan a verse tensionados por fuerzas que empujan hacia el desorden, la descoordinación y la disgregación -entropía. Esto abona el terreno para que aparezcan nuevas tecnologías de coordinación más eficientes, en un proceso que se retroalimenta a sí mismo. Un buen ejemplo sobre tecnología de coordinación -en este caso, una reserva monetaria global- sometida a entropía, lo da Lyn Alden en The Fraying of the US Global Currency Reserve System.

El artículo de Alden nos viene como anillo al dedo para destacar que gran parte de los esfuerzos de organización que marcan el devenir de la historia de la humanidad y su progreso, tienen que ver con la adopción de tecnologías coordinación destinadas a facilitar la actividad económica de unas comunidades humanas en constante crecimiento demográfico.

Las instituciones -como tecnologías de coordinación fundamentales de toda sociedad- conforman el escenario y establecen las reglas bajo las cuales se desarrollan juegos cooperativos y no cooperativos que determinan y condicionan el acceso e intercambio de unos recursos escasos, bajo una lógica de mercado, y de una forma que resulta socialmente aceptable para la comunidad -evitando así situaciones de violencia y caos.

Religión, sistemas legales y dinero

Como explican Connor Wood y John H. Shaver en Religion, Evolution, and the Basis of Institutions: The Institutional Cognition Model of Religion, los humanos tienen la capacidad de crear mundos no-empíricos que son socialmente aceptados como verdades y materializados a través de los rituales y las conductas sociales. Esta capacidad para generar alternativas cognitivas a la realidad empírica ha tomado la forma de mitos y religiones en un inicio, pero también sistemas legales y políticos posteriormente, que han facilitado la tarea de coordinarse de una manera flexible a gran escala -algo imprescindible en el momento en que los seres humanos deciden dejar atrás un estilo de vida nómada y establecen asentamientos permanentes, con unas necesidades económicas diferentes.

El problema de estas tecnologías de coordinación es que alinean los intereses de los miembros de la comunidad de un modo imperfecto. Ello se debe a defectos de diseño en origen que les impiden alcanzar un nivel de neutralidad óptimo, y al hecho de estar sujetas a procesos de gobernanza que hacen que tiendan a verse controladas de inicio -o cooptadas con el paso del tiempo- por élites o grupos organizados que tratan de acomodarlas a sus intereses y utilizarlas en su beneficio.

La mayor parte de las religiones de la Antigüedad -aunque no todas- pasarían por procesos de formalización que llevaría a la emergencia de una casta encargada de interpretar los textos sagrados y celebrar los ritos -así como las normas sociales derivadas de los mismos. Este monopolio sobre el dogma y las prerrogativas especiales que se derivan del rol del sacerdote o iglesia dentro la sociedad, haría de la religión un instrumento de coordinación controlado por unos pocos -por lo que, bajo su égida, difícilmente la alineación de incentivos podía ser óptima.

Algo similar ocurriría con la emergencia de los sistemas políticos y legales -que serían indispensables para el auge de las primeras civilizaciones, el impulso de los procesos de urbanización y, posteriormente, la consolidación de los estados-nación. Aunque estos sistemas legales y políticos supuestamente brindan a los ciudadanos un terreno de juego igualado sobre el que interrelacionarse y competir, la realidad es que se trata de instituciones que vuelven a estar en manos de élites con agenda propia.

Éstas élites aprovechan su posición de privilegio para favorecer sus intereses de grupo, en detrimento de los de los demás -socavando de esta forma las condiciones ideales de libre mercado y competencia. Un ejemplo de ello pueden ser las estrictas regulaciones financieras de los EE.UU, que lejos de proteger los intereses de los ciudadanos de a pie, impiden en realidad su acceso a ciertas oportunidades tempranas de inversión -consolidando de esta forma los privilegios de los inversores acreditados y de los grandes grupos financieros.

El dinero -entendido como depósito de valor para el propósito de este artículo- es una de las tecnologías de coordinación que mayor trascendencia han tenido a lo largo de la historia de la humanidad. Su función es, básicamente, definir reglas y proporcionar incentivos para facilitar la actividad económica a gran escala de los participantes en los mercados -es decir, actúa como un protocolo. El problema es que igual que ocurre con la religión y con los sistemas legales y políticos, el dinero también acabaría siendo cooptado por grupos de poder -en este caso, los bancos centrales y gobiernos, encargados de su emisión y regulación.

Tecnología Blockchain

La tecnología blockchain vendría a ser el último eslabón dentro de esta cadena histórica de innovaciones que han facilitado/condicionado la manera en que las sociedades humanas se coordinan y organizan. Sin embargo, sus peculiares características -su inherente neutralidad, resistencia a la censura y descentralización-, la convierten en una tecnología de coordinación que no adolece de los vicios de sus antecesoras.

Como explican los chicos de Zeppelin en The Global Coordination Machine, el descubrimiento de una solución al Problema de los Generales Bizantinos por parte de Satoshi Nakamoto permitiría convertir internet en una “máquina de coordinación global”. La tecnología blockchain transforma el escenario en que se desarrollan los “juegos” que determinan y condicionan el acceso e intercambio de recursos económicos por parte de los miembros de una comunidad que ahora pasa a ser global. Y en opinión de Virgil Griffith, gracias a Ethereum, cualquier juego no cooperativo teóricamente puede transformarse en cooperativo.

Al tratarse de redes distribuidas, no permisionadas -accesibles a todo el mundo- y totalmente transparentes -código abierto-, las blockchains no pueden ser capturadas por estamentos privilegiados o grupos de interés -o al menos, no deberían poder serlo si son verdaderamente descentralizadas y resistentes a la censura. Bitcoin y Ethereum permiten a cualquiera unirse a la red como minero o validador, y aunque es posibles que se produzcan situaciones de concentración -pools mineros en China, grandes tenedores de ETH una vez se transicione a Proof of Stake-, el hecho de que ambas redes hayan optado por minimizar la gobernanza -al no formalizarla ni establecer mecanismos on-chain para ejercerla- debería teóricamente imposibilitar su captura.

Las reglas de consenso de una red blockchain pública no son arbitrarias, sino que están predeterminadas por el código. Existen especificaciones públicas de las implementaciones del protocolo, y los balances y el estado no pueden ser alterados -salvo que el sistema sucumba a un ataque y se produzca un reorg. En el peor de los casos, una blockchain pública que hubiera sido capturada por un grupo de interés, podría ser “forkeada”, lo que permitiría al resto de stakeholders optar por un “salida” -por usar la terminología de la famosa obra de Albert O. Hirschman.

Con esto quiero decir que aunque los pioneros en adoptar estas tecnologías pueden verse recompensados económicamente por la revalorización de sus activos y por las rentas que pueden haber obtenido como mineros o validadores de la red en el caso de PoS, no podrán acomodar la infraestructura a sus intereses en detrimento de los del resto de stakeholders (desarrolladores “core”, emprendedores que lancen sus propios protocolos y Dapps, usuarios), porque dicha infraestrucutura es inherentmente neutral. Y esto es así por su diseño y porque el proceso para actualizarla/reformarla requiere del consenso de todos los grupos -governance minimization.

Bitcoin y Ethereum son, con mucha diferencia, las dos principales blockchains públicas del mundo. Lo demuestran las principales métricas que miden la actividad que se produce on-chain: total active addresses, numero total de transacciones diarios, volumen diario de comisiones de transacción generadas.

Ambas comparten el hecho de ser hitos, un cambio de paradigma en relación con las tecnologías que a lo largo de la historia han sido utilizadas por las comunidades humanas para coordinarse. También comparten ciertos fundamentos y objetivos -principalmente, el de posicionar su moneda digital nativa como una reserva de valor generalmente aceptada. Pero como he explicado en la introducción, en lo que difieren por completo, es en la manera de alcanzarlos.

Bitcoin, el erizo. Ethereum, el zorro.

En “El erizo y el zorro”, Isaiah Berlin plantea la idea de que los seres humanos pueden ser divididos en dos categorías: erizos -aquellos que entienden el mundo en base a un único principio rector- y zorros -aquellos que consideran que el mundo no es reducible a una única idea, y en consecuencia, persiguen múltiples propósitos.

En mi opinión, aunque este sistema clasificatorio es imperfecto como toda simplificación, puede ser útil para comprender las profundas diferencias que marcan el ethos y la trayectoria de las dos principales redes blockchain públicas: Bitcoin y Ethereum.

Y es que a diferencia de lo que plantea Esopo en su famosa fábula -y de lo que a muchos bitcoiners maximalistas les gustaría creer-, Isaiah Berlin no considera que el modus operandi del erizo sea superior al del zorro. Ambas posiciones tienen sus ventajas y desventajas, en función de las circunstancias.

Bitcoin es el paradigma de los erizos, una red que gira en torno a un principio rector -la seguridad y previsibilidad. La red Bitcoin ha sido optimizada para una única función/proposición de valor, aquella que considera más importante, y en la que cree no tener rival: situar su moneda nativa -BTC- como mejor reserva de valor que el hombre jamás haya conocido.

Ethereum, por su parte, es un zorro de pura cepa: una plataforma de smart contracts de propósito general, exuberante, vital y versátil. Alejado de la sobriedad de Bitcoin, Ethereum ha sido diseñado para todo tipo de casos de uso, y no limita su existencia a satisfacer una única proposición de valor, sino muchas. El problema es que entre dichas proposiciones de valor, destaca especialmente la misma que persigue Bitcoin -situar su moneda nativa, en este caso ETH, como mejor reserva de valor que jamás haya existido.

Eso explica que entre ambas plataformas exista una rivalidad más o menos enconada. No sólo porque compiten por una misma proposición de valor, sino porque ambas tecnologías -y sus respectivas comunidades- están separadas en por un abismo filosófico en cuanto a su consecución.

Y es que para para posicionar sus monedas digitales nativas como mejores reservas de valor y convertirse en tecnologías de coordinación de escala global, Bitcoin y Ethereum tienen dos opciones: imponerse a otras tecnologías de coordinación que ahora mismo ocupan un nicho determinado, o, simplemente, crear un nicho nuevo.

Como buen erizo, Bitcoin afronta su cometido de forma tosca y directa: tiene una idea muy clara de lo que debe ser una óptima reserva de valor, y como se considera a sí mismo la mejor que jamás haya existido, no tiene reparos en lanzarse a competir de frente con otras reservas de valor en el meatworld -el mundo real de los Estados, instituciones financieras, empresas, leyes y ejércitos, donde commodities como el oro y una serie de monedas fíat, han tenido hasta ahora la hegemonía. Es decir, que como estrategia, la red Bitcoin ha optado por competir de tú a tú con otras tecnologías de coordinación -las principales monedas fíat- que a día de hoy ocupan el nicho que reclama para su propia moneda digital nativa -BTC.

Ethereum, como zorro, es más sutil, comprende que el mundo es una realidad compleja, llena de matices y prefiere rehuir el enfrentamiento directo. A diferencia de Bitcoin, en lugar de tratar de desplazar al resto de reservas monetaria globales peleando cuerpo a cuerpo en un escenario -el mundo real- en el que los estados-nación y otros entes supranacionales son los que establecen las normas y regulaciones; la arquitectura flexible y turing completa de Ethereum le permite crear de cero -programar- una nueva jurisdicción. Una Zona Temporalmente Autónoma, que a base de crecer y absorber recursos económicos y humanos, terminará por convertirse en una auténtica potencia económica digital.

¿Pero qué es una Zona Temporalmente Autónoma?

El término Zona Temporalmente Autónoma (Temporary Autonomous Zone o TAZ) fue acuñado por Hakim Bey como “táctica sociopolítica consistente en crear espacios temporales que escapan a las estructuras formales de control social”. Una TAZ es, por lo tanto, una tecnología de coordinación que fomenta la creatividad como herramienta de empoderamiento, y que facilita formas de organización que alinean de forma eficiente los incentivos y no coaccionan al individuo.

El problema del concepto es que siempre se ha asociado a utopías piratas trasnochadas -Libertalia- o a eventos lúdicos -como el Burning Man en sus inicios. Pero el concepto es perfecto para entender lo que es Ethereum a día de hoy: una tecnología de coordinación que alienta la creatividad de emprendedores y programadores, permite la autoorganización voluntaria -DAOs-, y favorece la formación de capitales y los intercambios económicos libres. Como toda TAZ de manual, Ethereum ha tendido en sus etapas iniciales de desarrollo a cierta invisibilidad mediática -dejando el primer plano a Bitcoin-, para así no ser objeto de ataques de grupos de interés o sujetos políticos que puedan ver en esta nueva jurisdicción digital floreciente una amenaza.

Y es que, en mi humilde opinión, esa será la forma final que adoptará Ethereum tras superar la actual fase TAZ: la de una nueva jurisdicción soberana, plenamente reconocida en todo el mundo por la simple fuerza de los hechos consumados, y que ejercerá como una entidad económica más -pero de naturaleza digital- dentro del concierto internacional de naciones -economías ligadas a una dimensión geográfica, cultural, política y administrativa.

Estrategias para convertirse en la tecnología de coordinación definitiva

Tratar de situar tu moneda digital nativa como reserva monetaria mundial compitiendo de tú a tú en el mundo real contra los estados y sus divisas fíat -tal como se propone Bitcoin- resulta mucho problemático. ¿Por qué? Pues porque los gobiernos y sus Bancos Centrales no van a renunciar de buen grado a los enormes privilegios que les confiere controlar la principal tecnología de coordinación que existe: el dinero.

No digo que BTC no vaya a tener en el futuro un papel relevante como valor refugio -probablemente lo tenga, aunque similar al del oro, de tipo nicho. Lo que opino es que cuando tu objetivo final es convertirte en reserva monetaria hegemónica, la vía que está poniendo en práctica Ethereum tiene muchas más posibilidades de éxito.

La historia nos demuestra que para reemplazar a la reserva monetaria vigente, sólo existe un camino: lograr que tu economía se equipare, y eventualmente supere, a la de la principal potencia global del momento -en nuestro caso, los EE.UU.

Si llevamos a cabo un análisis histórico veremos que el mismo proceso tuvo lugar a principios del siglo XX:

A pesar de que los Estados Unidos le habían ido comiendo terreno al Reino Unido de una manera gradual a lo largo de las décadas precedentes, no sería hasta 1914 que finalmente superaría su producto interior bruto. Una vez logrado este hito, aún tendrían que pasar alrededor de 5 años -hasta 1919, momento en que el Reino Unido se vería forzado a abandonar el estándar oro- para que el dólar adquiriera el estatus de nueva reserva monetaria mundial. Y otros 30 años más transcurrirían hasta que el nuevo sistema dólar se consolidaría con los acuerdos de Bretton Woods.

Esto decalaje entre el momento en que una economía se convierte en hegemónica y el momento en que su divisa nacional se convierte en reserva monetaria mundial es, según Ray Dalio, habitual.

Lo último que suelen perder las potencias económicas en declive es el estatus de su divisa nacional como reserva monetaria mundial. En este caso, más que un declive de los Estados Unidos que arrastre al dólar en favor de una potencia en ascenso -como sería el caso de China y su moneda, el yuan-, lo que anticipo es una transición hacia un escenario en que el poder político, militar y económico estará mucho más repartido -no ya entre diversas potencias, sino incluso en el seno de éstas. Ante este nuevo paradigma caracterizado por la atomización del poder, disponer de una red blockchain pública, neutral, segura y expresiva, que permita digitalizar el grueso de las interacciones económicas entre individuos, empresas y entes políticos, resultará esencial.

Solamente como jurisdicción independiente y potencia económica de dimensión global, logrará Ethereum -la red- desplegar todo su potencial como tecnología de coordinación definitiva. Y sólo entonces ETH -el activo- podrá convertirse en un deposito de valor de primer orden y en una reserva monetaria internacional -lo que a su vez, hará también de ella una tecnología de coordinación de primer orden.

Sólo el tiempo dirá si estas previsiones se cumplen. Hay quien confunde seguridad y fiabilidad, con rigidez e inmovilismo. No hay nada mejor para navegar tiempos turbulentos que una buena dosis de creatividad, flexibilidad y optimismo.

El signo de los tiempos juega a favor de Ethereum y de los zorros.

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